De la colectividad y la valentía en la búsqueda de la libertad
Por Josué Fernández (@clavemaverick)
Todos hemos sido cobardes alguna vez en la vida.
Me presto como el primer culpable. Podrán acusarme de haber tomado decisiones, a la par que evitar ciertos contextos vitales, en pos de la comodidad y el bienestar propios. Hasta este punto es legítimo pero el problema radica en que algunas de esas decisiones han afectado a mi libertad individual, como consiguiente a mi granito de arena «a pie de calle» para el movimiento repúblico. Pero como la libertad —o la falta de ella— no es un estado inalterable sino más bien una capacidad o valoración constante, consideren estas reflexiones como un proceso de expiación y, al mismo tiempo, una reconexión con muchas de las ideas que estaba investigando.
LIBERTAD: Facultad natural que tienen las personas de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos. — RAE
Ya incluso en la primera acepción ofrecida por la RAE podemos señalar dos matices que terminan resultando fundamentales para el entendimiento del concepto: ‘facultad natural’ y ‘responsable de sus actos’. Ahora, reforcemos con contexto filosófico y normativo. Si atendemos a la procedencia de los códigos y jurisdicción de nuestro país (romanos), el derecho ha atravesado un marco de corrientes positivistas en la Época Moderna hasta llegar al auge del naturalismo (o iusnaturalismo). Las corrientes naturalistas originales establecen la libertad como esa capacidad natural (quizá como el primer derecho y más elemental). También podemos observar la importancia del concepto en importantes bases de derecho actual, como el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos («todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros») o cierta expresión en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos («[…] Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. […]»). No obstante, este derecho es inseparable de la responsabilidad o deber de actuar en pos del bien colectivo (como podemos extraer de la antes citada Declaración de Derechos Humanos). Más adelante volveré a esta limitación de libertad del individuo como significante del colectivo.
En el acto mismo de buscar la libertad, no cabe sino la idea de conquistarla, pues nadie que posea ventaja o superioridad tenderá naturalmente a despojarse de ella. Recordemos que Marco Aurelio, ya en la época del Alto Imperio Romano, exponía lo siguiente:
«Nadie se cansa de recibir favores, y la acción de favorecer está de acuerdo con la naturaleza. No te canses, pues, de recibir favores al mismo tiempo que tú los haces.» — Meditaciones, V.7, 74
Puede carecer de sentido para nuestra contemporaneidad pero hay que pensarlo desde la óptica de la vita romana. De este pensador estoico romano podríamos extraer una clave importantísima acerca de la colectividad: al ayudar a los demás, es en efecto cómo nos ayudamos a nosotros mismos; y, enfocando esto de un modo inverso, afectamos o arrebatamos el poder ajeno cuando dejamos de favorecerlo (o dejar de perpetuar todo un sistema que hace de la injusticia su status quo en este caso). Resulta imprescindible entonces poner el foco en lo colectivo como base de la acción política.
Puede observarse una constante desde los autores clásicos hasta los modernos como Montesquieu en El espíritu de las leyes, que establece la libertad como una realidad colectiva, pasando por Locke en el Segundo tratado sobre el gobierno civil («Lo que origina y de hecho constituye una sociedad política cualquiera no es otra cosa que el consentimiento de una pluralidad de hombres libres que aceptan la regla de la mayoría y que acuerdan unirse e incorporarse a dicha sociedad») o Rousseau en El contrato social («Este acto de asociación produce un cuerpo moral y colectivo […] que recibe de este mismo acto su unidad, su yo común, su vida y su voluntad») —sin tener en cuenta el pensamiento ya viciado por ciertas cuestiones liberales de los filósofos contractualistas—, incluso los más coetáneos como Alexis de Tocqueville en La democracia en América («Es en la comunidad, pues, donde reside la fuerza de los pueblos libres. […] Las instituciones comunales son a la libertad lo que las escuelas primarias son a la ciencia; la ponen al alcance del pueblo, le hacen gustar del uso pacífico de la libertad y servirse de ella. Sin instituciones comunales podrá una nación darse un gobierno libre, pero ella carecerá de libertad») o Hannah Arendt en La condición humana («El poder surge entre los hombres cuando actúan juntos y desaparece en el momento en que se dispersan»).1No se ha incluido a Gramsci pero establece el importantísimo concepto de ‘hegemonía cultural’ en la acción colectiva. En otro artículo veremos cómo este concepto es la piedra angular de todo movimiento social y que en ello debe radicar el máximo esfuerzo de todas las asociaciones actualmente porque de lo contrario no se pueden obtener avances sólidos. El colectivo es el elemento de acción que le es más propio al hombre, a su vez primero e irreductible en la forma de entender las sociedades que conformamos.
Pero, volviendo a lo que mencionamos anteriormente, hay algo que muchos no pueden concebir aún: y es que la libertad encaje con ciertas limitaciones o restricciones dentro del colectivo mientras que estas estén bien definidas y sean aceptadas efectivamente con libertad (como itinerarios de actuación o dinámicas dentro de nuestras asociaciones sin ir más allá). No todo es éticamente correcto en esta lucha. Hasta el mismísimo Trevijano lo expone en su obra Teoría Pura de la Democracia (mención en el capítulo V entre otros). Por tanto, la responsabilidad recae sobre todos y cada uno de nosotros en esa tarea, que no puede conseguirse sino con valentía.
VALENTÍA: Fuerza del ánimo para enfrentar problemas o dificultades, en especial los que ponen en riesgo la propia integridad. — Wiktionary
Según la etimología del concepto «valentía», este concepto se conforma por el componente léxico latino valere-, lo cual relaciona el término con «ser fuerte» o «valer» en el sentido de cualidad, como expresa el uso del sufijo -ía. Seguro que si pensamos en alguien valiente, pensamos en la condición sine qua non del héroe. Aquel que pone en riesgo su integridad como persona.
En su origen homérico, la palabra héroe no era más que un nombre que se daba a todo hombre libre que participaba en la empresa troyana y sobre el cual podía contarse una historia. La connotación de valor, que para nosotros es cualidad indispensable del héroe, se hallaba ya en la voluntad de actuar y hablar, de insertar el propio yo en el mundo y comenzar una historia personal. Y este valor no está necesaria o incluso primordialmente relacionado con la voluntad de sufrir las consecuencias; valor e incluso audacia se encuentran ya presentes al abandonar el lugar oculto y privado y mostrar quién es uno, al revelar y exponer el propio yo.
Más allá y siendo consciente del sentido de despersonalización y la visión del homo faber de la modernidad, que potencia y extiende la productivización hasta el hombre (atribuyendo incluso a los hombres un «valor» medible en cuanto a su utilidad, como si de objetos se tratase), se pone en entredicho la realidad humana y supone un error en origen.
Si nos ceñimos a la definición en un sentido estricto, vale cualquier individuo que actúa con las herramientas que concibe que mejor posee o les serán de resultado en ‘el problema o dificultad que enfrenta’, pues se trata de esa ‘fuerza interna’ que le lleva a actuar con determinación y decisión. Es por ello que de aquí en adelante —y como idea clave— hablaré del concepto «valer» en el sentido de virtud (aretai).
En este punto es donde quiero centrar uno de los ejes del presente artículo. Debo reprender y acusar particularmente a todas aquellas personas que terminan tornándose meros especuladores o espectadores en los entornos asociativos, lanzando prejuicios vacíos a la forma de proceder de los colegas o compañeros de lucha, aprovechándose de los roles que les han sido concedidos o el estatus que poseen dentro de los grupos por diferentes motivos poco objetivos y, peor aún, acusando de «rebaño» o ignorantes (entre otros calificativos) a los propios nacionales que, mayormente, desconocen la raíz de las problemáticas que les atañen a nivel político 2Cita de Thomas Payne «Nunca es de esperar que todos en una revolución hayan de mudar de opinión en un mismo instante: jamás hubo una verdad tan irresistiblemente evidente, que fuese creída por todos a un mismo tiempo: la razón y el tiempo deben cooperar al establecimiento final de algún principio; y por tanto, aquellos que fueren convencidos primero, no tienen derecho para perseguir a los otros, en quienes la convicción obra más lento. El principio moral de las revoluciones es instruir y no destruir».
A ese tipo de figuras que he ido encontrando en el movimiento hacia la libertad política colectiva os digo: sois sin duda los más cobardes. No tengo parangón en hacer tal acusación porque tales personas actúan desde el ego que proporcionan los sesgos (utilizo esta fórmula con la preposición ‘desde’ precediendo al sustantivo ‘ego’ a conciencia de la deformación que supone, precisamente para representar de forma directa con el lenguaje —en su uso como herramienta de manipulación— como todo este tipo de comportamientos hacen interiorizar
mentalmente una posición de superioridad o inaccesibilidad de los que poseen el favor o quieren medir su fuerza en los grupos humanos) y desde distintas posiciones de ventaja. Esto último me parece especialmente despreciable dada la crítica que hacemos al sistema por el mismo trasfondo. No hay otro modo de construir este proyecto común si no se rechazan los privilegios que ofrecen ciertas condiciones sociales y tomando en su lugar los deberes y las cargas que nos unen a las demás personas. Eso es la colectividad. La libertad o es de todas las personas o no es de nadie.
¿Y quiénes deben ser valientes? La respuesta es el pueblo. 3En todo el artículo, cuando refiero al pueblo haciéndolo responsable como sujeto constituyente y significador de la lucha por la libertad política, refiero al laos y no al demos ¿Qué es el pueblo? El pueblo es la parte de la nación que no quiere arrodillarse nunca. ¿Quiénes forman un pueblo? Todos aquellos que poseen orgullo patrio, y esto es el orgullo de quienes, queriendo ser libres, no conciben su país sino en la justicia (digamos que nunca se desea la libertad sin exigir al mismo tiempo la justicia).
Ahora que entendemos el concepto de pueblo en este sentido, podemos relacionarlo con la teoría del tercio laocrático proveniente de nociones de la Grecia clásica (concepto el cual he observado que aún no se entiende de forma correcta por muchos y al que dedicaré un artículo más adelante).
No todos sirven para esta lucha en cuanto y en tanto no todos están dispuestos a sacrificar su fuerza/cualidades en la búsqueda de la libertad. Una nación vale lo que vale su pueblo y el pueblo que quiere vivir no espera a que le traigan su libertad, la coge. Al último respecto de este apartado y adecuando al contexto, la necesidad de virtud o heroísmo en los ciudadanos como factor común termina por definir a un régimen de incapacidad política.
Cuando hablamos de una nación que vale, hablamos de una que lleva las riendas de su destino tanto en el orgullo como en la vergüenza; y para que podamos aspirar al título de gran nación primero deberíamos aprender nosotros a distinguir la grandeza y rendirle homenaje allá donde esté, apreciando a quien trabaja a nuestro lado sin que los prejuicios y las ideologías hagan despreciarlos. Y, si se pretende aumentar simplemente los números sin crear una estructura y entorno de trabajo sólido y funcional, diré que un notable monto de aparentes asociados no hace que el movimiento posea mayor virtud o posea verdad alguna ni que sus miembros tengan una solidez en su formación e ideas afines.
No tiene utilidad alguna elaborar el discurso hacia la masa. Las masas tienen como característica elemental la homogeneidad, son una mera agregación de personas carentes de esa clase de diferenciación específica que se expresa en objetivos limitados y obtenibles. Aparte, ¿Cómo se puede presentar nuestro discurso? ¿Acaso no existe también ideología y sesgos alrededor de la libertad colectiva y de la democracia? Por supuesto que sí, puesto que la ideología nace como el intento de aplicar el método científico al estudio de las ideas (frente a la tradición escolástica), bajo la intencionalidad de ser ciencia fundamental (y esto es que contuviera todas las demás ciencias morales y políticas).
Es precisamente en esa universalización de las ideas donde se cae en el error subjetivo, parcial, porque la política —como capacidad que existe cuando hay colectivo, en este caso todas las sociedades ilustradas y reales academias que estaban organizadas— es inherente a la pluralidad. Es por ello que quienes intentaron explicar el mundo de las ideas —porque no la naturaleza—, terminaron por diseñar la realidad a su antojo, en su propia visión.
No es de extrañar que poco después comenzara a usarse de forma peyorativa porque no son las ideas las que mueven el mundo, sino los hechos. Hay que entender el origen de este concepto en su contexto filosófico, en el que todas esas búsquedas introspectivas fueron intentos por enfrentar la tradición metafísica; pero no me extenderé en este campo porque próximamente escribiré sobre ello en otro artículo.
Volviendo al concepto y dicho con otras palabras, en las ideologías las ideas son parciales porque corresponden a un análisis concreto para hacerlas universales y aplicables a cualquier esfera, en cualquier momento (incluso anacrónicamente) y en cualquier ámbito.4A este respecto, la obra clave por ser un análisis filosófico, político e histórico es El siglo de las ideologías de Jean Pierre-Faye. Craso error —o gran éxito de la hegemonía política contemporánea— es atribuir sólo las ideologías a las tendencias políticas modernas, cuando la ideología ha terminado usándose (como todas las ciencias que nacieron en el siglo XVIII y XIX), entre muchas otras herramientas, para manipulación y control social. Las ideologías han acaparado todo.
Llegados a este punto, se preguntarán entonces por qué (o en qué) hay ideología en nuestro movimiento. Les citaré algunos ejemplos tajantes. Cabe ideología en la confusión de la democracia con la libertad. La democracia no es un ideal, la libertad sí. Mientras que la libertad, efectivamente como ideal, no es más que un deseo, una búsqueda perpetua, de todos los pueblos de la historia, la democracia es un hecho, una idea que termina materializando en algunos regímenes o sistemas como sustantivo. Es en la búsqueda de la libertad, donde la democracia resulta deseable. Es, sólo en realidad, en la búsqueda de la libertad, cuando hay praxis de esa misma libertad (siendo, como ideal, algo performativo —o un «estado poseído»—).
Dejando a un lado el núcleo de la idea de democracia y todas las confusiones o errores ideológicos que el liberalismo ha introducido sobre ella (recomiendo leer Teoría pura de la democracia al respecto), también he observado en mi experiencia trabajando y organizando en ciertas de nuestras asociaciones, que circulan en estas cierto tipo de ideas parciales menos relacionadas (cuando no sin relación o contrarias siquiera) con el itinerario central. 5Más allá de las más actuales y arraigadas en la Época Moderna (como liberalismo –o neoliberalismo–, marxismo, etc.), he observado diversas —y más extendidas de lo que muchos pudieran pensar— corrientes de ideologías reaccionarias desde hispanismo, conservadurismo, corrientes antiliberales, hasta antifeminismo, «anti-woke», entre otras. Incluso el uso flagrante de herramientas autoritarias y antidemocráticas como la propaganda y similares (esto último fue un error en el que yo mismo también incurrí durante un tiempo). Más allá, también podríamos decir que la idea de democracia, perteneciente al núcleo y sentido de nuestra acción, son difusamente alcanzables porque, ¿Cuándo lograremos un sistema democrático en España? ¿No pueden acaso tildar de utopía que tal hecho ocurra a la perfección en un momento concreto? ¿No se trata de un planteamiento indeterminado o impreciso desde un punto de vista temporal en cuanto a la acción? 6Véase al respecto de esta cuestión el artículo escrito en 1981 por el economista George T. Doran, donde establece una serie de criterios para el establecimiento de objetivos precisos en la gestión de proyectos: Específico, Medible, Asignable, Realista y Temporal (siglas de SMART en inglés). Es beneficioso para la óptica de acción de nuestras asociaciones proyectar metas cuanto más concretas y precisas. George también habla de trabajo en equipo y de enlazar unas valías o capacidades con otras en orden con fortalecer el trabajo final y la organización. Un grupo ‘colectivamente eficaz’ es capaz de organizar y ejecutar eficientemente las acciones requeridas para alcanzar sus objetivos.
Dicho con otras palabras, el movimiento es susceptible de ser ideológico porque no se puede prever un resultado o fin de las acciones emprendidas (dado que las acciones nunca tienen un fin concreto como tal), por tanto observamos todo ese cúmulo de parcialidades que rondan el
movimiento —cuando no sutiles intentos de ser parasitado—. Camaradas, la democracia no es la forma perfecta de gobierno, no es ningún paraíso (sino más bien lo contrario, hace recaer el peso de la decisiones en su ciudadanía). Solo podríamos estar de acuerdo en que es la mejor opción entre las existentes si a lo que aspiramos es a la libertad y a la justicia. Más allá, ¿Qué creen que ocurrirá o qué estiman conveniente hacer cuando España sea al fin una democracia? ¿Pensarán que se termina la misión? Porque más bien será el momento en el que comience la ardua tarea de determinar el destino de nuestra nación.
Por todo ello, no somos poseedores de ‘grial’ alguno, sino que al carecer de libertad muchos hemos llegado a ciertos núcleos de realidad que corresponden a la objetividad de nuestros problemas estructurales (es pues, eso, la verdad). Y, como una cuestión fundamental, debemos hacer un trabajo de meditación y formación continua para su evolución, con el objetivo incesante de no permitir que se vuelvan triviales y vacías. No corresponde a esta lucha el fanatismo, sino extender una simple pero crucial afirmación (y las mentes libres terminarán por darnos la razón): que formamos parte de una nación que no posee herramientas ni capacidad de decisión sobre la res-publica (asuntos públicos) y que la forma de romper con esta esclavitud es siendo valientes y trabajando con talante de cooperación y respeto a la dignidad ajena propias de un colectivo que abandera precisamente conceptos como la libertad.
En conclusión, vengo a cuestionar. ¿Verdaderamente están ustedes dispuestos a ser valientes dadas sus implicaciones reales? ¿Se observan ustedes realmente preparados o hablan por reacción? ¿Piensan que ya le han dado forma a sus ideas como para comenzar la revolución o simplemente se encuentran ustedes en los albores de todos estos planteamientos? ¿Están ustedes guiados por sentimientos de arrebato ante las injusticias de este sistema oligarca o han encontrado ya la forma en que actúan con valentía?
El hecho de que les lance estas reflexiones no debe ser tomado como boicot o influencia a la inacción (mucho menos este artículo), sino todo lo contrario. Insto a que aprendan cómo funciona un cambio social, el cual parte de precisar con la mayor exactitud posible los itinerarios y las ideas a divulgar (y esto no es sino parte de la hegemonía cultural).
Es necesario trabajar en ser personas excelentemente formadas, que consideren la prudencia y posean una ética de fraternidad (incluso más allá de la ética en lo fraternal, se convierte en la clave de un colectivo en cuanto en tanto debe poseer el menor aislamiento posible para engendrar poder); y esto requiere un trabajo continuo. Hay que entender que esta lucha se convierte en un deber para los que hemos comprendido ciertos problemas estructurales y que, con el conocimiento sobre ello, podemos rescatar de la esclavitud a la que el Estado somete a la nación (sí, siempre debe señalarse para nunca olvidar la traición que supuso la transición de 1978).
La historia nos enseña que son necesarios grandes sacrificios para conseguir, en mayoría de ocasiones, diminutas recompensas. Queda mucho trabajo por hacer, comenzando por el de destruir ciertos prejuicios que nublan el avance del movimiento.
España tiene que crear una civilización o perecerá
«La afición al honor incluye forzosamente una terrible exigencia con uno mismo y con los demás»”
Albert Camus
PD: Quiero agradecer a todas esas personas de las que he aprendido hasta ahora tantísimos conocimientos que hacen grande esta búsqueda, personas como Cristina. El movimiento se hace grande por personas como ustedes.
Bibliografía y referencias
- Segundo tratado sobre el gobierno civil. John Locke
- El contrato social. Jean-Jacques Rousseau
- Cuadernos de la cárcel. Antonio Gramsci
- La condición humana. Hannah Arendt
- La democracia en América. Tocqueville
- Teoría Pura de la Democracia (Frente a la Gran Mentira). Antonio García-Trevijano
- El siglo de las ideologías. Jean Pierre-Faye
- La noche de la verdad (Los artículos de Combat). Albert Camus
- Meditaciones. Marco Aurelio
- Declaración Universal de los Derechos Humanos
- Declaración de independencia de EEUU
- George Orwell
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